sábado, 18 de junio de 2016

 Maldita tanda
                                                                         
por Sandra Auladell  


Jueves a la noche, mientras espero que termine de cocinarse la cena, un poco de zapping para recorrer las noticias del día. Tres son las que sobresalen: Baez y sus millones enterrados, Panama Papers y las cuentas del Presidente, y en tercer término, los trágicos sucesos de la Fiesta de Time Warp. Sobre esta última noticia, una mesa de especialistas y de no tan especialistas, debatía el consumismo y la falta de ejemplos que los jóvenes tenían al respecto. Los adultos naturalizan la ingesta de pastillas y esto incide como modelo a seguir, decían. Nada demasiado profundo en cuanto a soluciones…apreciaciones como la de cualquiera en una sobremesa cotidiana. Las versiones sesgadas sobre las primeras noticias y la falta de aportes valiosos en torno a la muerte de los jóvenes en la fiesta electrónica me llevan a buscar algo más llevadero, una de esas series simples donde siempre los forenses o los detectives sagaces descubren al asesino luego de hábiles e inteligentes deducciones. Podría decirse, algo para no pensar demasiado, los responsables se conocen a veces desde el principio, sólo nos intriga cómo los atraparán. En la pausa, una seguidilla de publicidades me hacen retornar a Time Warp: en la primera, un prestigioso actor nos cuenta que ante la cantidad de actividades diarias puede continuar gracias al (legal) suplemento vitamínico que tiene de todo (de la A a la Z). Le sigue otra propaganda que muestra a un grupo de jóvenes agotados a los cuales  la acción de un popular futbolista los libera de la “pachorra” mediante un inocente yogur. La tercera, muestra a  un atribulado señor Cara de Papa que puede continuar trabajando tras “hacer   una pausa” y reponerse con una instantánea y mágica sopa. Pensé que las tres publicidades no consideraban  otra solución a los conflictos de la vida moderna, algo tan simple como descansar. ¿Será que lo que estamos naturalizando no son las sustancias a ingerir sino el seguir a toda costa? Creo que el mensaje es el mismo: “seguí sin parar”, para ello todo recurso es válido, sopa, vitaminas, yogur. Un desinfectante nos advierte: Úsame porque si te enfermás, tu jefe no hará la presentación en tu lugar o si tu hijo se enferma perderemos el campeonato. Seguí, no importa cómo, seguí ¡siempre!… Escucho otra,  ésta me toca más de cerca: “Las madres no se toman días (para reponerse de sus síntomas) toman… un vital tecito medicinal”. Y yo que quería no pensar… ah! Me olvidaba: me intrigaba el nombre de la fiesta y busqué la traducción: Time Warp significa Deformación del Tiempo. Un tiempo sin pausa, infinito.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Cuento "Dos torrecitas de Pisa"

Dos Torrecitas de Pisa

Francisco Huarte Petite


Yo caminaba aislado en mis temas, entre los trajeados y las bien vestidas que van y vienen, vienen y van, por la calle Reconquista. Iba sin tiempo de mirar el cielo, las caras de la gente o incluso al semáforo.
Cargaba escritos urgentes que vencían en segundos, y por eso también iba cargando la esperanza de que alguna distracción burocrática permitiese que todos fuesen recibidos. Mis superiores, con más ojeras que sonrisas y más razones para estar muertos y descansando que vivos y sin dormir, habían puesto esa forzada esperanza en mis hombros. Me habían dicho que los Juzgados sellan y archivan a cuanto papel se les cruza, siempre que sean presentados con una sonrisa seductora o una mirada lastimosa, según el caso.
Mientras repetía en voz baja información útil que debía saber para cumplir con mi encargo, mis cordones desatados me obligaron a parar.
Fue ahí cuando, sin querer, las vi.
Iban por la vereda de enfrente. Dos señoras, viejitas, bien y muy viejitas, cada una con un bastón, la una agarrándose de la otra y la otra agarrándose de la una. Sus cuerpos estaban inclinados levemente hacia la derecha. Nada, salvo el color de sus abrigos (uno rosa y otro azul), las volvía diferenciables entre sí. Avanzaban a paso de tortuga cansada entre los "permiso, permiso" (con insultos guardados entre los dientes) y los zapatos, los tacos, los maletines y las carteras que las bordeaban y las pasaban de largo.
Dos Torrecitas de Pisa -las llamé- de carne, de hueso y  de memorias, yendo quién sabe a dónde, llamándose quién sabe cómo y erigiéndose en un raro monumento a la calma dentro de las horas nerviosas del micro centro.

Mi reloj volvió a recordarme lo imperioso de mis tareas. Pero algo, algo hermoso que se había traspapelado entre mis pensamientos, hizo que empezara a caminar más despacio y que de repente pudiera encontrar algún segundo para inventarle una forma a alguna nube o una historia de amor, tristeza o suspenso a quienes me decían "¿medejáspasarporfavor?".

Cuento "Esa paloma"

Esa paloma


Francisco Huarte Petite


El señor llega a su restaurante preferido de Puerto Madero. Elige una mesa afuera, con vista al Río de la Plata. Detrás de él viene su asistente, que le lleva una valija embalada, un portafolios y un pequeño bolso de donde sobresale una raqueta de tenis.
La casa del señor, a la vuelta de la esquina. Su oficina, una cuadra hacia la izquierda y treinta pisos arriba. Su yate, a cien metros. La empresa de su esposa, en el Dique 2. La cama de su amante, en el Dique 4. El departamento de su ex mucama y su hijo no reconocido, en el Dique 3.
Acomodado en su silla, lee el menú hasta la última página y, entre bostezos, vuelve a la primera. Así de nuevo: de la última hasta la primera. Así varias veces más, hasta que lo cierra y lo tira al piso. Llama al mozo, y mientras éste se aproxima, nota cómo un niño se entretiene con unas cuantas palomas, cerca de la baranda, al borde del río.
- Buenos días, señor. ¿Ya sabe qué ordenar?
- Sí, para él te pido una botella de agua mineral. Para mí, Champagne Don Perignon. Y para comer, esa paloma que está ahí.
- ¿Cómo señor?
- Sí, la paloma que te estoy señalando. ¿La viste? Quiero eso. Gracias. Bueno, ahora vos decime...-le dice a su asistente- La reunión del jueves, a las cuatro y media, ¿no se podrá cambiar para las tres?
- Podría ser pero, para eso, tendríamos que correr la presentación a los chinos para la una.
- Claro, claro.
El mozo levanta el menú del piso. Empieza a retirarse, pero se da vuelta y se acerca.
- Perdón que lo interrumpa señor, pero esa paloma no es del restaurante. Y..sería difícil cocinar algo que no es nuestro. Si me permite, puedo ofrecerle el plato del día, que tiene...¿Señor? ¿Me escucha un momento?
- No quiero cambiar la hora de la presentación a los chinos. No hay que hacer nada que pueda descolocar a esa gente. Hagamos una cosa. Anotá: la reunión de las cuatro y media pasala a las seis y media, y podemos dejar el sushi con los inversores para...
El mozo aclara su garganta.
- ¿Señor, me permite?
- ¡Para las nueve! Ahí está. El sushi para las nueve y así llegaré a la fiesta de disfraces tipo once. Listo. Quedamos así.
- Yo creo que estaría bien-acota su asistente-pero habría que considerar...
- ¿Señor?-insiste el mozo.
- ¿Qué pasa? ¿Qué querés? Oíme, ¿a vos te quedó claro el pedido? ¿Tengo que repetírtelo?
- Sí...digo, no...o sea sí, me quedó claro, pero...
- Y bueno, traemelo. ¿Para qué trabajás de mozo? ¿Querés que vaya a cocinar yo? ¿O hace falta que hable con tu jefe? Fijate, te está mirando ahora.
El mozo es llamado con un chasquido de dedos. Se dirige para allá, escucha lo que el gerente del restaurante le dice al oído, se saca el uniforme y se va.
Cinco minutos después, otros dos mozos y uno de los cocineros salen con una caja, un cuchillo y un par de servilletas. El gerente les señala la paloma ordenada y saluda con una sonrisa al señor. Persiguen al animal un buen rato a lo largo y ancho del Dique 1, hasta que logran cazarlo. El niño que había estado jugando con las palomas mira boquiabierto la escena y empieza a hacer una rabieta. Su mamá, seguida por sus dos hermanas y amamantando a su otro hermano, le ordena que se calle zamarreándole un brazo. Se alejan del restaurante.
Los mozos no tardan en aparecer con el agua mineral, el Champagne, un plato de Sashimi de Salmón (cortesía de la casa) y la paloma en cuestión.
 El señor deja los cubiertos y los palillos de lado. Vacía su copa de un solo trago. Apoya sus manos firmemente en la mesa, acerca su cara a la paloma y abre la boca. Suspira con los pedazos que disfruta, escupe lo que no le gusta y se ayuda con los dedos cuando sus dientes no pueden cortar adecuadamente. Los mozos lo miran masticar. Los otros comensales se esfuerzan en no mirarlo. Su asistente habla por celular y le organiza futuros eventos y horarios.
Un hombre descalzo y con el torso desnudo se acerca y dice:
- Señor, tenga usted un buen día. ¿Cómo le va? Disculpe las molestias, yo estoy sin trabajo hace tres meses y vivo en la calle con mi señora y mis cuatro hijos. Le vengo a pedir una pequeña colaboración, si puede, lo que sea, que se lo voy a agradecer. Mis hijos están acá, a la vuelta de la esquina, y no tienen nada para comer. Si no me cree, me puede acompañar y los viene a ver. Señor, lo que pueda darme, una monedita, un pedacito de comida, que se lo voy a agradecer. Por favor señor, que se lo voy a agradecer. Dios lo bendiga, señor, que se lo voy a agradecer. Lo que pueda, señor, que se lo voy a agradecer.
El señor llama a un mozo.
- Perdón, ¿me traés la cuenta y me envolvés todo para llevar? Así no se puede comer tranquilo.   
El gerente despide al señor inclinando la cabeza y agarra el teléfono.

Veinte minutos más tarde, dos agentes de la Prefectura echan del barrio a la familia sentada a la vuelta de la esquina. Mientras son escoltados hacia el resto de la Ciudad, el niño sigue llorando y haciendo una rabieta, que nadie entiende, por una paloma muerta.

domingo, 23 de agosto de 2015

Gracias Néstor
“Sin Utopía la vida sería un ensayo para la muerte”
Joan Manuel Serrat

Se murió Néstor Kirchner. Necesito escribir. Desde algún lugar sus testimonios me empujan.
Me sumerjo en la incomprensión… que angustia. Me siento impulsado a buscar respuestas en este mar de preguntas que me taladran la cabeza. Casi no puedo pensar.
Se murió un tipo atípico.
Prendo la televisión, escucho, veo, siento a mucha gente igualmente conmocionada. Nadie imaginaba tanta tristeza.
¿Por qué?
Trato de responder por mí.
Se ha filtrado por primera vez, en mi cultura setentista, la admiración por quien sostuvo ideales y no idealizaciones.
Por quien planteó la lucha sin tregua, sin derramar una sola gota de sangre, preocupándose que no haya muertos, ni represión.
Por quien permitió que los responsables de tratarnos como “desechos humanos” fueran juzgados con  “derechos humanos”.
Por quien extremando la política hizo que asomaran vientos de justicia social.
Por quien con su novedoso modo de luchar parecía sospechoso de vaya a saber qué proyecciones personales que uno no puede evitar.
Por quien se encaprichó en generar  cambios urgentes sin medir los riesgos en juego, ni siquiera los personales, como el de dejar la vida en el camino.
Por quien comprendió e hizo un homenaje a la Utopía.
Desde sus primeras apariciones me pareció un antihéroe. De esos sujetos que hacen de la falta su propia marca. El imaginario que ofrecía tenía al desgarbo, la imprudencia y la inoportunidad, como su sello de fábrica. Realmente su cuerpo, sus ojos, su vestimenta, nos  impulsaban a lo inapropiado, a lo diferente, a lo aún no consensuado. No proponía consignas, generaba propuestas, discusiones y definiciones a través de actos, de los que se hacía cargo.
Pareciera que los que hemos sido forjadores del intento y fracaso de un cambio social, allá por los años 70, no nos dimos demasiada cuenta de lo que estaba sucediendo en nuestro país, producto de su novedoso liderazgo.
Como siempre los jóvenes, con su carencia de especulaciones, sí lo percibieron y lo  mostraron. Hoy estamos viendo y escuchando el retorno de la discusión política, del compromiso, de la militancia. Está surgiendo algo nuevo: nadie debería morir para  motorizar los actos de justicia y cambio social que deseamos. 
Se me ocurre que la muerte de Mariano Ferreyra fue muy fuerte para él. No amaba la muerte, ni siquiera para sus adversarios. En su discurso nunca figuró la muerte como emblema.
Su propia muerte ha sido otra de sus incongruencias. Estaba anunciada y nadie, ni él mismo, la esperaban.
Se murió sin haber ensayado jamás.                                

Ricardo Domizi
27/10/2010                                                                                                 domizi@fibertel.com.ar


QUIERO VIVIR

Me entraron las balas.
Estoy vivo, vivo, vivo.
Las balas están adentro.
Pero no me mataron.
Una más y estoy muerto.
Quiero flores, no balas.
Que me entre el perfume de las flores.
No más lucha, no más peleas.
Busco el lugar donde recogerlas.
Sé dónde está ese lugar.

Está en la gente que me quiere.
Está en el debatir de las ideas.
Está en la tolerancia de las diferencias.
Está en el perdón de todos los días.
No está en los que me desprecian.
No está en los que callan su oculta suficiencia.
No está en el silencio por lo distinto.
No está en el odio cotidiano.

No quiero solamente estar vivo.
Quiero vivir
                 Ricardo Domizi

                    23/3/2015
Un credo
                                                                       “Creemos porque necesitamos ubicar nuestro optimismo”
                                                                                                  Facundo Salas (músico)

Creo en los proyectos que emergen en medio de las confusiones.
Creo en la cordialidad que oculta la expresión de mi rebeldía.
Creo en la amistad que ofrece la paz de lo incuestionado.
Creo en la rivalidad que me impulsa al acercamiento.
Creo en la gente que ampara  mis opiniones.
Creo en los otros que desestiman mis afirmaciones.
Creo en la soledad que es una fiel compañera.
Creo en la poesía que  ofrece lo más singular de lo humano.
Creo en el amanecer que me recuerda que aún estoy vivo.
Creo en la oscuridad  que abre mis pensamientos.
Creo en el amor que  se  escurre de las manos.
Creo en la alegría que desarma mi dolor.
Creo en la tristeza que siempre desestimo.
Creo en la sonrisa que relaja mi existencia.
Creo en la verdad que nunca  convence lo suficiente.
Creo en la duda que  acerca a la realidad.
Creo en el sufrimiento que propone el alivio.
Creo en la prudencia que alerta al deseo.
Creo en el desenfado que orienta mi propuesta.
Creo en la palabra que me hace existir.

 Creo en Dios.                                                                                      Ricardo A. Domizi         6/12/2014

ricardo domizi